▲ Fotograma de la película Tres colores: azul, del realizador polaco Krzysztof Kieslovski.Foto
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poco más de 30 años de haber sido filmada, la trilogía que el realizador polaco Krzysztof Kieslovski dedicó a Francia, pero de modo más específico a los valores de libertad, igualdad y fraternidad simbolizados por los colores de su bandera, no ha perdido un ápice de su relevancia, de modo especial en una época como la actual, marcada por los agudos embates de la intolerancia moral y el autoritarismo político. En rigor, el también director de la serie televisiva El decálogo (1989-1990) no tuvo la intención de hablar abiertamente de política en Tres colores –azul, blanco y rojo–, sino de llevar los temas al territorio más íntimo de las relaciones afectivas, explorando qué incidencia podían tener en las mismas los viejos valores de la democracia republicana.
En el caso de Azul (1993), primera entrega de la trilogía, el valor destacado es el de la libertad. Una libertad que para Julie (Juliette Binoche), no es una condición particularmente deseada, sino cruelmente impuesta por el destino a raíz del accidente automovilístico que le arrebata a su esposo y a su hija de cinco años. La experiencia de duelo la vivirá en la negación y en el silencio, a la manera de aquellas enfermedades cuya existencia o gravedad se niegan a aceptar algunos pacientes. Su manera de superar ese duelo será recobrando la libertad fuera de un ámbito conyugal desecho ya por la fatalidad, y las posibilidades se le plantean paulatinamente: cambiar de domicilio anulando toda referencia al pasado conyugal, destruir las partituras para una sinfonía que la muerte de su marido Patrice (Hugues Questier), compositor célebre, dejó inconclusa, y tomar incluso como amante ocasional al asistente musical de éste último. Otro signo de una libertad redescubierta es recobrar la calma espiritual abandonando la irritabilidad y zozobra del duelo, en favor de la generosidad en su contacto, primero ríspido, con Sandrine (Florence Pernel), una antigua rival sentimental recién descubierta.
En las dos entregas siguientes de la trilogía ( Blanco, igualdad; Rojo, fraternidad), hay una interconexión entre situaciones y personajes, algunos de los cuales figuran en un relato para luego hacer una aparición breve, casi fantasmal, en otro. Las dominantes cromáticas son, en cada cinta, intensas, como también el papel dramático que juega la música del compositor Zbigniew Preisner, a menudo catártica y exaltada. En Azul, Patrice debe componer una sinfonía para 12 orquestas, por el número de países que integraban entonces la Unión Europea, mismo que tres décadas después se ha duplicado sin que el ideal comunitario de libertad, igualdad y fraternidad se haya cumplido. Muy por el contrario, su déficit moral es hoy cada vez más preocupante. Tres colores: azul, una de las cintas más lúcidas y bellas de Kieslowski, avizoraba, desde su relato intimista, y más allá de su optimismo aparente, algo de esta realidad social y de esta crisis.
Se exhibe, a partir de mañana, en la sala 3 de la Cineteca Nacional Xoco a las 13:30 y 18:30 horas.