¿Qué es el TDAH y cómo afecta a la vida de las personas que lo padecen? Esta es una pregunta que se hacen muchos adultos y niños que reciben este diagnóstico, así como sus familiares y amigos. El TDAH, o trastorno por déficit de atención e hiperactividad, es una condición neurológica que se caracteriza por dificultades para concentrarse, controlar los impulsos y regular la actividad motora. Estas dificultades pueden generar problemas en el ámbito académico, laboral, social y familiar, así como baja autoestima, ansiedad y depresión.
Sin embargo, con el tratamiento adecuado, que puede incluir medicación, terapia psicológica y apoyo educativo, las personas con TDAH pueden desarrollar sus potencialidades y mejorar su calidad de vida. Además, el TDAH también puede aportar aspectos positivos, como la creatividad, la curiosidad, la flexibilidad y la capacidad de adaptación.
Para comprender mejor el TDAH, nada mejor que escuchar la voz de alguien que lo vive en primera persona. Este es el caso de Guillermo Iraola, farmacéutico, artesano, diseñador gráfico y escritor, que fue diagnosticado con TDAH a los 42 años. En su libro Casi todo lo que sé del TDAH, publicado por la editorial Pinolia, Iraola comparte su experiencia personal y profesional con este trastorno, ofreciendo una visión profunda y accesible, destinada a apoyar y acompañar a quienes afrontan rumbos similares.
Más que un manual inspirador, el libro es la narración personal de una vivencia singular que brinda apoyo a quienes se enfrentan a un diagnóstico propio o de un ser querido. Iraola trata de forma integral el TDAH, ofreciendo información básica sobre sus orígenes, manifestaciones y opciones terapéuticas, al tiempo que resalta la variedad de experiencias dentro de la comunidad TDAH. Mediante relatos honestos y anécdotas personales combinadas con un estudio pormenorizado de la evolución del TDAH y los últimos avances médicos, el autor indaga en los vaivenes emocionales, los desafíos diarios y los éxitos inesperados que ha vivido a raíz de su diagnóstico.. Al compartir estrategias prácticas y herramientas efectivas que ha descubierto en su propio viaje, Iraola busca ayudar y dar apoyo a los lectores con TDAH y a sus seres queridos en un camino difícil, lleno de obstáculos y, a veces, soledad.
‘Casi todo lo que sé del TDAH’ no solo es una guía informativa y fundamentada, es también un testimonio inspirador y catártico que demuestra que el TDAH no define a una persona, sino que puede ser una fuente de fortaleza y creatividad cuando se aborda con comprensión y aceptación.
Si quieres saber más sobre el TDAH y el libro de Iraola, te invitamos a leer un extracto del primer capítulo.
Contexto histórico
Cuando un especialista me explicó detalladamente el informe de evaluación que identifica «rasgos congruentes con un trastorno por déficit de atención e hiperactividad» en las pruebas realizadas semanas antes, dejó caer un consejo a modo de advertencia. O una advertencia a modo de consejo, que lo mismo da.
Cinco años después, sigue siendo la mejor pista que se me ha dado hasta la fecha para gestionar mis desórdenes. Antes de este aviso ni siquiera me había dado cuenta de lo poco fiable que es mi noción del tiempo, mientras que hoy me veo programando mis días en base a pequeños ejercicios de gestión del tiempo, time management en inglés, como quien acude a rehabilitación tras un accidente.
La agnosia de tiempo, time blindness en inglés, será un tema recurrente a lo largo y ancho de este ensayo. Por lo visto, muchas personas con TDAH —no todas ni en igual medida, pero a mí me ha tocado de pleno— tenemos la noción del tiempo mal ajustada. Entre otras cosas, esta disfunción cognitiva explicaría la tensa relación que mantengo con todo lo relacionado con la historia; una asignatura que siempre me ha gustado, aunque el sentimiento no haya sido mutuo.
Cuestión de tiempo
A pesar de mis limitaciones con la ubicación de eventos, la nota más alta que saqué a mi paso por la universidad fue en una asignatura optativa llamada Historia de la Farmacia, donde parte de la nota final se correspondió con un trabajo escrito que llevaba por título El opio en la historia y las novelas de viaje interior. Conservo con cariño aquellas 28 páginas, donde se intercalan pasajes históricos relativos a la droga en cuestión y secciones menos ortodoxas con comentarios sobre el ensayo Confesiones de un opiómano inglés, de Thomas de Quincey, un escritor mancuniano de finales del siglo XVIII. Releo el trabajo de vez en cuando y me sigue pareciendo bastante decente para haberlo escrito con veinte años, sobre todo porque aquellos eran trabajos preinternet para los que había que documentarse en las bibliotecas.
Lástima que mis cualidades como investigador y narrador de historias se vieran perjudicadas por la nota del examen escrito. De mi época de estudiante recuerdo los exámenes que requieren tirar de memoria como grandes desafíos, donde las cifras rebotan dentro de mi cabeza antes de saltar al papel sin orden ni concierto. Memorizar fechas y ubicarlas nunca ha sido lo mío, las cosas como son, y con el crimen ya prescrito debo admitir que para lograr una de las calificaciones más destacables de mis años mozos como universitario tuve que acompañarme de la tradicional chuleta —quienes las hemos utilizado preferimos el eufemismo apuntes de apoyo—, donde llevaba todas las fechas clave perfectamente ordenadas. Espero conservar la nota después de esta confesión, porque fue una calificación muy trabajada.
A lo que íbamos. Aunque no en exclusiva, este ensayo pretende llegar a quienes padecen desórdenes similares a los míos, entre otros, agnosia de tiempo y problemas con los números o las matemáticas —discalculia—, que son limitaciones bastante frecuentes en el TDAH. Por esta razón, evitaré en la medida de lo posible bailes innecesarios de fechas, cifras y horquillas estadísticas de las que yo mismo haría una lectura superficial. Aun así, para evocar la historia del TDAH a través de la humanidad no ha quedado más remedio que recopilar algunos sucesos de manera cronológica, por lo que los capítulos que ubican el TDAH en el tiempo se han querido presentar de manera que yo mismo los pudiera entender. Serán páginas con mucho «a mediados del siglo pasado» y expresiones del estilo.
Poniendo la tirita antes de la herida, confieso también que simplificar tanto dato ha sido un reto importante para mis desavenencias con lo histórico, y que espero no publicar ninguna burrada. Aunque nunca se sabe. Aclarado esto, la evolución del TDAH como objeto de estudio empieza, según mis fuentes, en una pequeña isla de la Grecia clásica.
Respuestas aceleradas
Ahora vamos a pulsar el botón de rebobinar para detener la cinta en la antigua Grecia. Al sobrevolar Atenas, veremos por la ventanilla que están retirando el andamiaje de un Partenón recién construido. Aterrizamos en Cos, la islita cerca de Rodas donde el médico y filósofo Hipócrates funda la primera de las escuelas de su franquicia. Hijo y nieto de magos, el médico griego dedicará su vida a descifrar el delicado equilibrio entre salud y enfermedad, solo que, contradiciendo la tradición familiar, optará por hacerlo desde una perspectiva laica y desligada de lo sobrenatural.
Descartar las supersticiones como origen de nuestros achaques supone un giro importante, sobre todo considerando el plantel de dioses y diosas que hay en Grecia por estas fechas. ¿Y si las alteraciones de la salud tuvieran su explicación en descompensaciones de los fluidos y las vísceras que nos forman por dentro? Al no estar en manos de Zeus y su equipo titular… ¿podrían nuestros males ser evitables, o cuando menos, predecibles, controlables y tratables?
Sacando de la ecuación a la plantilla del Olimpo se aporta aire fresco al cofre donde aún hoy se encierran muchas disfunciones de tipo neurológico. ¿Qué pasa si las crisis epilépticas o las alucinaciones propias de la esquizofrenia no dependen de la ira de los dioses? ¿Qué secretos esconde la masa palpitante que alberga nuestro cráneo? Aristóteles, por poner un ejemplo de la competencia, ubica el intelecto y la personalidad en el corazón. Procesar las emociones y bombearlas a través de este órgano recalentaría la sangre, y el cerebro únicamente haría las veces de sofisticado serpentín donde refrescarla. En comparación, las aproximaciones hipocráticas son escandalosamente avanzadas.
Decenas de siglos antes de que se descubran los agentes patógenos o la neuroquímica, hay que decir que Hipócrates tira mucho de imaginación, por no decir que se inventa bastantes cosas. Aun así, que le debamos expresiones como «estar de mal humor» invita a la reflexión. Según la escuela de Cos, el equilibrio entre salud y enfermedad dependerá de la proporción y distribución de cuatro humores o fluidos circulantes, a saber: flema, sangre, bilis negra y bilis amarilla. Con base en esto… ¿podrían algunas alteraciones mentales estar originadas por una descompensación de fluidos neurológicos?
Aunque sus postulados rellenen los huecos del desconocimiento con mucha fantasía, parece que la escuela hipocrática empieza a dar con algunas claves. Vistas las dificultades atribuidas al cerebro TDAH en el equilibrio y aprovechamiento de neurotransmisores como la dopamina, aquí el de Cos puede estar apuntándose un buen tanto, ya que con independencia de cómo hayan aguantado el paso del tiempo sus teorías de los humores, relacionar los flujos neuroquímicos con ciertas alteraciones del comportamiento supone un giro providencial.
Por lo laborioso de sus métodos, Hipócrates está considerado en muchos ámbitos como el padre de la medicina contemporánea. A falta de estetoscopios y microscopios, que no se inventarán hasta miles de años después, la principal herramienta diagnóstica de la escuela hipocrática es la observación, donde cada caso reseñable va acompañado de una documentación meticulosa de los procedimientos empleados para su estudio y tratamiento, así como de unas conclusiones y recomendaciones que completan el informe. Los tratados hipocráticos serían por tanto el equivalente a los papers o artículos científicos de la actualidad; una recopilación inabarcable integrada por más de mil páginas atribuibles a decenas de autores, así como al propio médico. El tema es que, perdidos en este mar de observaciones que son el Corpus hippocratticum, podemos hallar apuntes que documentarán, por primera vez que se sepa, una manifestación clínica que presenta «respuestas aceleradas a experiencias sensoriales y una menor tenacidad», así como «almas que se mueven rápidamente hacia la siguiente impresión».
Además de ser la primera institución en describir oficialmente y por escrito sintomatología compatible con el TDAH, estas observaciones dejarán también constancia de alguna que otra recomendación para compensarla, que incluyen comer mucho pescado, hidratarse adecuadamente y hacer ejercicio de manera regular, consejos que no han perdido su vigencia hoy en día. Punto, set y partido para Hipócrates.
Dos mil años después…
Entre el tímido cameo del TDAH en los tratados hipocráticos y la siguiente referencia en la literatura médica occidental hay un silencio de más de veinte siglos. ¿Acaso este lapso refleja que el trastorno dejó de existir entre los años que separan la antigua Grecia de la Edad Moderna? Está claro que no. Podría ser más bien que, hasta hace relativamente poco, el TDAH haya preocupado lo justito. Dicha falta de interés, al menos en lo documental, contrasta con los datos recientes de UNICEF que ubican esta condición mental entre los problemas psiquiátricos más diagnosticados a edades escolares a nivel mundial, junto con la ansiedad, la depresión y otros desórdenes de la conducta.
Nuestro salto de veintitantos siglos nos desplaza hasta la región de Baviera. Dejando atrás un Partenón que lleva cientos de años reducido a escombros, nos detenemos en 1775 para fijarnos en el trabajo del psiquiatra alemán Melchior A. Weikard, quien estudia el comportamiento de individuos «demasiado distraibles, ya sea por factores externos como por su propia imaginación».
Sacándose de la manga el poético término Attentio volubilis, esta atención voluble de Weikard describe personalidades impulsivas y disociadas de la realidad que van acompañadas de voluntades olvidadizas y poco persistentes. Todas estas características conforman en su conjunto un síndrome que, cuando se descontrola, aflora personalidades imprudentes, antisociales y conflictivas.
Melchior A. Weikard teoriza sobre una «desregulación de las fibras cerebrales», interpretando que los tejidos neurológicos se pueden ejercitar igual que se hace con la masa muscular, al tiempo que achaca esta atención voluble a una cierta flojera mental. Según Weikard, la apatía motivacional a edades tempranas sería atribuible al relajo por parte de familias y docentes a la hora de motivar e inculcar valores, y el TDAH sería por tanto una cuestión de actitud. Si no se aplica una disciplina que ejercite las fibras cerebrales en edad escolar, la atención voluble se enquista, dando lugar a personalidades impulsivas y temerarias cuando se alcanza la adultez.
Rebatiendo a Weikard, el psiquiatra escocés Sir Alexander Crichton publicará unos veinte años después una obra médico-psiquiátrica de tres volúmenes que dedica algunas de sus páginas a «la atención y sus dolencias». Apuntando a la misma sintomatología y manifestaciones que su colega bávaro décadas atrás, Crichton, sin embargo, relaciona los desórdenes que hoy conocemos como TDAH a supuestas «alteraciones en la sensibilidad de los nervios».
Sir Alexander es más indulgente que su predecesor con pacientes y familia, y defiende que los desórdenes que merman la atención no tendrían tanto que ver con la educación o la disciplina, sino que pueden tanto «nacer con la persona» como ser consecuencia de otras causas, como un traumatismo craneoencefálico en edad de crecimiento, por ejemplo. El golpe en la cabeza de toda la vida. Descartando como origen del TDAH la flaccidez moral sugerida por Weikard, las especulaciones de Crichton se dirigen hacia una naturaleza accidental o, sobre todo, congénita. Cincuenta años antes de las teorías de la genética de Mendel, esta es una perspectiva visionaria.