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viernes, octubre 4, 2024

La batalla del Ebro, el largo enfrentamiento que decidió la Guerra Civil

El 15 de abril de 1938 las tropas nacionales habían alcanzado el mar Mediterráneo por Vinaroz (Castellón). De nuevo la zona republicana se partía en dos como al principio del conflicto, cuando Asturias, Cantabria y País Vasco quedaron separados del resto de territorio dominado por la República. El nuevo éxito del generalísimo Franco dejaba esta vez aislada a Cataluña del centro y la zona levantina. Inmediatamente, el 23 de abril, las tropas nacionales de los generales Valiño, Varela y Aranda se lanzaron a por Valencia para aislar a Madrid, avanzando por la costa. Solo lograron conquistar Castellón y se estrellaron en Sagunto contra las sierras del Maestrazgo y las fortificaciones que había construido el general Miaja, la Línea XYZ. Será la necesidad de aliviar la presión que sufría Valencia la que lleve al general Vicente Rojo, jefe del Estado Mayor del Ejército Popular de la República, a planear la ofensiva contra las tropas nacionales que defendían la orilla meridional del río Ebro.

Soldados cruzando el río Ebro en julio de 1938. Foto: Album.

El Ejército del Ebro

El Ejército Popular se había reorganizado tras la derrota de mediados de abril de 1938 y, en Cataluña, se creó el 29 de mayo el Grupo de Ejércitos de la Región Oriental (GERO), al mando del general Hernández Saravia. Dentro de él se encuadraba el Ejército del Ebro, 100.000 soldados dotados con nuevo armamento llegado de la URSS y Checoslovaquia, disciplina y fe ciega en la victoria, dada su militancia comunista. 

El Ejército del Ebro era un auténtico Ejército Rojo, pues sus principales jefes eran miembros del Partido Comunista, formación política estalinista que a principios de la guerra era minoritaria y dos años después resultaba decisiva en el bando republicano, por su disciplina, por las ayudas de la URSS, por haber liquidado a los comunistas trotskistas del POUM y arrinconado a los anarquistas, y por su convicción de que la victoria estaba antes que la revolución. El jefe del Ejército del Ebro era el teniente coronel Juan Guilloto León, apodado Modesto, comunista como los tenientes coroneles al mando de sus tres Cuerpos de Ejército: Manuel Tagüeña (XV Cuerpo), Enrique Líster (V Cuerpo, evolución del mítico 5.º Regimiento) y Etelvino Vega (XII Cuerpo). Comunistas eran también los comisarios políticos de las nueve divisiones y 29 brigadas que en ellos se encuadraban. A destacar las cinco brigadas internacionales y la 46.ª División, al mando del mayor Valentín González, el Campesino, comunista también.

El teniente coronel Juan Modesto Guilloto, jefe del V Cuerpo de Ejército, en uno de sus puestos de mando durante la batalla de Brunete. Foto: Album.

Esta era la fuerza con la que la República pretendía cambiar el curso de la contienda. El objetivo primero, compartido por el general Vicente Rojo y el jefe del Gobierno, Juan Negrín, socialista pero entregado cada vez más a las directrices de Moscú, era aliviar la presión de los nacionales sobre Valencia, bien defendida por Miaja. Dependiendo de cómo evolucionasen los acontecimientos, no se descartaba unir los 150 kilómetros que separaban las dos zonas en que había quedado dividido el territorio republicano. Y en el pensamiento de Negrín figuraba también prolongar la Guerra Civil hasta engancharla con el conflicto mundial que se avecinaba. «Resistir es vencer» era el lema del jefe del Gobierno de la República. 

En efecto, las ambiciones y las sucesivas reclamaciones territoriales de Hitler hacían que sobre Europa pendiese la amenaza de una gran guerra. En el verano de 1938, Alemania exigía a Checoslovaquia la entrega de los Sudetes, región checa habitada por alemanes, y Praga blandía su alianza con Francia, Reino Unido y la URSS. La diplomacia parecía a punto de fracasar y hacer inevitable la guerra.

Así estaban las cosas cuando a las 0:15 horas del 25 de julio, el Ejército del Ebro comenzó a cruzar el río. Primero en botes de remos y luego con puentes de pontones, el XV Cuerpo de Ejército de Tagüeña lo cruzó entre Mequinenza y Ascó y el V Cuerpo de Ejército de Líster lo hizo entre Mora de Ebro y Amposta. En reserva quedó el XII Cuerpo. Frente a ellos se encontraba el Cuerpo de Ejército Marroquí, mandado por el general Juan Yagüe, que en vano había avisado al alto mando nacional de los movimientos de tropas en los días previos. Se pensaba que un río tan caudaloso como el Ebro resultaría suficiente defensa

Fuerzas marroquíes de Infantería toman parte en el desfile de la Victoria en Sevilla el 17 de abril de 1939. Foto: ASC.

La embestida republicana se llevó por delante a la 50.ª División, la más bisoña del Cuerpo de Ejército Marroquí y que tenía a su cargo un frente de 50 kilómetros. Las primeras 48 horas resultaron de avance arrollador para los republicanos, solo rechazados en el extremo sur, en Tortosa, por la 105.ª División, en lo que resultó un ataque meramente de distracción. 4.000 prisioneros nacionales fueron capturados en esos primeros dos días de ofensiva.

La reacción nacional no se hizo esperar. Yagüe repartió a su mejor División, la 13.ª «La Mano Negra» (en alusión a su emblema, la mano de Fátima) para taponar brechas y legionarios y regulares, al mando del general Fernando Barrón, cumplieron su misión con eficacia. La 13.ª División resultaría la mejor unidad del bando nacional en la batalla del Ebro y sería la base para la creación de la División Acorazada «Brunete» en 1943. 

Escudo de la 13.ª División, «La Mano Negra». Foto: ASC.

Rápidamente, la aviación nacional —incluidas la Legión Cóndor alemana y la Aviación Legionaria italiana—, comenzó a emplearse a fondo, algo que no hizo la republicana, la cual no había previsto su intervención en los primeros compases de la batalla. En esos primeros días destacó el heroísmo del Tercio de Nuestra Señora de Montserrat (74.ª División), formado por unos 800 requetés catalanes, que desde el 29 de julio estuvo combatiendo en el frente, la unidad que, proporcionalmente, sufrió más bajas. Franco ordenó paralizar la ofensiva sobre Levante y envió varias divisiones del Cuerpo del Ejército de Maestrazgo, a las órdenes del general García Valiño, a reforzar el dispositivo en el Ebro.

Tercios de requetés pertenecientes a la 1.ª División de Navarra desfilan en Barcelona en febrero de 1939. Foto: Getty.

Batalla de desgaste

Así, los nacionales resistieron bastante bien en el núcleo de comunicaciones de Gandesa, defendido tenazmente por la 13.ª División, que no pudo ser tomado por los republicanos. El empuje de estos se fue ralentizando tras dos primeros días de veloces avances y el 3 de agosto Modesto ordenó detener la ofensiva, fortificarse y consolidar las posiciones conquistadas. Al fin y al cabo, el primer objetivo se había conseguido: Franco había tenido que detener su ofensiva sobre Valencia, distrayendo fuerzas de allí. Ahí podía haber terminado la batalla del Ebro, sin resultar lo decisiva que fue a la postre.

La clave radicó en que Franco escogió, a partir de ese momento, una batalla de desgaste en dicho escenario. Sus detractores opinan que lo hizo por haber sido tocado en su vanidad, ordenando ataques frontales para recuperar unos kilómetros cuadrados antes en poder de los nacionales. Estos analistas señalan que Franco debía haber iniciado una ofensiva en otro punto o haber intentado embolsar al Ejército del Ebro. Por el contrario, quienes defienden la estrategia militar de Franco apuntan que el caudillo decidió machacar a las mejores fuerzas del Ejército Popular allí concentradas y convertir la batalla del Ebro en el choque definitivo de la guerra. El resultado final es el que da y quita la razón y la realidad del éxito último de los nacionales parece avalar la estrategia de Franco, sin que esto quite la realidad de la durísima cifra de bajas que conllevó su decisión.

El general Francisco Franco comprueba el funcionamiento de una cámara de cine en su puesto de mando en Coll de Moro durante la batalla del Ebro. Foto: Album.

La contraofensiva nacional para expulsar a las tropas de Modesto del sur del Ebro se desarrolló del 5 de agosto al 16 de noviembre. Los republicanos aceptaron el envite porque mientras durase la batalla, Valencia y Madrid estaban salvados y la guerra mundial cada vez parecía más inevitable, lo que supondría un balón de oxígeno para la República. Fueron 105 tremendos días de combates aéreos, que se saldaron con la superioridad en los cielos de los aviones nacionales, de bombardeos artilleros y de terribles combates terrestres en un paisaje inhóspito y seco. Se dice que los nacionales tardaron 105 días en recuperar un territorio que los republicanos conquistaron en 10, pero es preciso tener en cuenta que la ofensiva de Modesto se hizo frente a un sector defendido por poco más de 12 batallones de mal preparadas tropas nacionales, mientras que la contraofensiva nacional se hacía ahora contra excelentes tropas republicanas bien fortificadas.

Ambos bandos emplearon sus mejores armas y hombres. Unos 200.000 combatientes entre ambos, con un reparto similar en cantidades. La República había movilizado a mediados de abril la llamada «quinta del biberón», adolescentes nacidos en 1920 y 1921, que no deberían haber sido llamado a filas hasta el año 1941, pero que desde el 25 de julio de 1938 estaban luchando en el Ebro. Franco ordenó el despliegue, junto al Cuerpo de Ejército Marroquí, del Cuerpo de Ejército del Maestrazgo y prácticamente empleó toda su aviación y artillería. 

A mediados de abril de 1938, la República movilizó a la conocida como «quinta del biberón», adolescentes nacidos en 1920 y 1921. Foto: Getty.

Durante los meses de agosto y septiembre el resultado fue indeciso, sin que los nacionales apenas pudiesen avanzar. Una cierta desmoralización cundió en algunos sectores del bando nacional que a mediados de julio habían creído ganada la contienda civil. Los servicios secretos alemanes pronosticaban que Franco iba a ser incapaz de ganar la guerra, que esta acabaría en empate, y el propio Mussolini, en un ataque de nervios, profetizó la derrota de Franco, señalando a los republicanos como verdaderos combatientes. Ciertamente, estos tenían la consigna de «Vigilancia, fortificación y resistencia» y orden de recuperar inmediatamente cualquier posición perdida. Modesto, ascendido a coronel, dio instrucciones a los sargentos de fusilar a cualquier oficial que iniciase la retirada sin contar con un permiso escrito de la superioridad.

A partir de octubre, sin embargo, el combate se comenzó a inclinar poco a poco de parte del bando nacional. Su dominio del aire y su potencia artillera resultaron decisivos, así como la calidad de sus divisiones, destacando la citada 13.ª «La Mano Negra» y la 1.ª de Navarra, al mando del general Mohamed ben Mizzian, integrada en el Cuerpo de Ejército del Maestrazgo, que el 30 de octubre ocupó las estratégicas cumbres de Cavalls y el 7 de noviembre arrojaba a Modesto de la disputada cabeza de puente de Mora del Ebro. 

Personal de tierra del aeródromo militar de Sariñena ( Huesca), colocando una ametralladora Hotchkiss M1914 de 7 mm, reglamentaria del ejército español. Foto: Album.

Lejos de allí, el 30 de septiembre, Francia y el Reino Unido habían firmado con Alemania e Italia el Acuerdo de Múnich, que contemplaba la entrega a Hitler de los Sudetes y, en la práctica, la desaparición de Checoslovaquia. «La paz de nuestro tiempo», diría el premier Chamberlain al volver a Londres; «Entre el deshonor y la guerra, usted ha escogido el deshonor y luego tendrá la guerra», le respondería Churchill. Se desvanecían así las esperanzas republicanas de vincular la Guerra Civil con el conflicto mundial.

El 16 de noviembre, las últimas fuerzas del Ejército del Ebro, al mando del teniente coronel Tagüeña, repasaban el río y el frente volvía a la situación del 24 de julio. El saldo fue de 15.000 muertos de ambos beligerantes, dos terceras partes de ellos republicanos; 20.000 prisioneros republicanos, por 4.000 nacionales; más de 60.000 heridos de los dos bandos y numeroso material perdido, más complicado de recuperar en el caso de la República. Y algo difícil de contabilizar pero decisivo: moral de victoria entre los nacionales y de derrota total entre los republicanos.

Personal de la Comandancia de Ingenieros del Ejército del Ebro trabaja en la reconstrucción de un puente, dañado por los bombardeos de la aviación de los sublevados, septiembre de 1938. Foto: Album.

Consecuencias de la batalla del Ebro

Las consecuencias de la batalla del Ebro se comprobaron un mes después. El 23 de diciembre las fuerzas franquistas cruzaban el río Segre y días después el Ebro. La conquista de Cataluña a cargo de los Cuerpos de Ejército Marroquí, de Navarra, de Aragón y del Maestrazgo, es la operación más brillante que dirige Franco en toda la guerra, con movimientos rápidos y certeros. El 15 de enero de 1939 cae Tarragona; el 26 del mismo mes, sin luchar, Barcelona; y el 9 de febrero las vanguardias nacionales alcanzan la frontera francesa. El 13 de febrero, el parte nacional de guerra da por terminado el conflicto en Cataluña. Tanto republicanos como nacionales habían tenido tiempo para recuperar hombres y material tras la batalla del Ebro y los primeros para fortificar sus posiciones, pero la desmoralización se había adueñado del otrora poderoso GERO y en su retaguardia se vivía una auténtica descomposición. El general Vicente Rojo diría: «Barcelona se perdió lisa y llanamente porque no hubo voluntad de resistencia, ni en la población civil ni en algunas tropas contaminadas por el ambiente. La moral estaba en el suelo…». 

Tras la caída de Cataluña, en el bando republicano solo Negrín y los comunistas apostaban por continuar la guerra, esperando acontecimientos internacionales. A final de febrero, el jefe del Gobierno de la República ordenó entregar todos los mandos del Ejército Popular a los comunistas, pero poco después un golpe interno liderado por el coronel Casado y apoyado por el socialista Julián Besteiro y los anarquistas ponía fin a esa resistencia que solo buscaba prolongar inútilmente la carnicería entre españoles. El 28 de marzo, las tropas nacionales, que asediaban Madrid desde octubre de 1936, entraban en la capital sin disparar un tiro y el 1 de abril de 1939 el parte nacional daba por concluida la guerra.

Como no puede ser de otra manera, en un país que ha sellado su reconciliación nacional con la Constitución de 1978, terminamos estas líneas con el recuerdo respetuoso a los combatientes en la batalla del Ebro de los dos bandos y con la memoria puesta en todas las víctimas, rogando nunca más vuelva a suceder.

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.

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